SUSTANCIAS QUÍMICAS EN EL AMBIENTE

FUENTE: "Alimenta tu cerebro"

Hoy en día hay incontables sustancias químicas sintéticas en el medio ambiente, muchas de las cuales se encuentran en lo que tocamos, respiramos, nos untamos en la piel y consumimos. La mayoría de los individuos que habitan en países industrializados cargan con cientos de sustancias sintéticas en el cuerpo provenientes del aire, el agua y de la comida. En la sangre del cordón umbilical de recién nacidos se han encontrado rastros hasta de 232 sustancias químicas. Y no se han hecho pruebas adecuadas para determinar los posibles efectos que la mayoría de ellas tienen en la salud.

En las últimas 3 décadas, en EEUU se ha aprobado el uso comercial de más de 100.000 sustancias químicas, las cuales incluyen más de 82.000 sustancias de uso industrial, 1.000 ingredientes activos de pesticidas, 3.000 ingredientes para cosméticos, 9.000 aditivos para alimentos y 3.000 fármacos. The Environmental Protection Agency (EPA) y la (FDA) solo regulan una diminuta fracción de ellas. En los años siguientes a la aprobación en 1975 de la Toxic Substances Control Act (TSCA), las limitaciones financieras y las demandas judiciales por parte de la industria han hecho que la EPA solo haya podido exigir pruebas de seguridad de unas 200 de las 84.000 sustancias químicas contempladas en el inventario de la TSCA. Y, de esas 84.000, 8.000 se producen en cantidades anuales de 11.350 kilogramos o incluso más. Hasta la fecha, se sospecha que al menos 800 de estas sustancias son capaces de interferir en nuestro sistema endocrino.

Aunque nos gustaría pensar que los científicos llevan décadas midiendo los contaminantes industriales y relacionándolos con la salud humana, no ha sido hasta hace poco que se ha empezado a monitorizar la llamada "carga corporal", que son los niveles de toxinas en sangre, orina, sangre del cordón umbilical y leche materna. La gran mayoría de los componentes químicos de uso comercial actual no han sido analizados del todo para determinar sus efectos en la salud humana, por lo que desconocemos los verdaderos riesgos que conllevan estas sustancias y cómo podrían alterar nuestra fisiología normal -y la del microbioma-. Por esta razón, lo más prudente es ser cautelosos y suponer que son culpables hasta que haya una evidencia científica sólida que demuestre lo contrario.

UNA de las razones por la que las sustancias químicas sintéticas que están en el ambiente podrían ser dañinas es porque tienden a ser lipofílicas, "lo que significa que se acumulan en las gándulas endocrinas y en los tejidos grasos". Además cuando el hígado está sobrecargado de toxinas que debe procesar, es muy posible que no pueda desecharlas con tanta efectividad. Esto, a su vez, modifica el hábitat completo del cuerpo y afecta a la comunidad microbiana.

DESDE hace un tiempo, los científicos se muestran preocupados porque muchas de estas sustancias imitan los efectos del estrógeno en el cuerpo, y estamos expuestos a demasiadas a la vez. Por ejemplo, pensemos en el compuesto bisfenol-A (BPA), que está en todas partes. De hecho, más del 93% de la población mundial acarrea pequeñas cantidades de esta sustancia en el cuerpo. El BPA se produjo por primera vez en 1891 y se usó como medicamento estrogénico sintético para mujeres y animales durante la primera mitad del siglo XX. Se lo recetaban a las mujeres para tratar trastornos relacionados con la menstruación, la menopausia y las náuseas durante el embarazo; los ganaderos, por su parte, lo usaban para acelerar el crecimiento del ganado. No obstante, cuando se reveló su potencial cancerígeno, fue prohivido.

A finales de los años 50, el BPA encontró un nuevo hogar en la industria de los plásticos. Esto ocurrió después de que los ingenieros químicos de Bayer y de General Electric descubrieran que, cuando el BPA se unía en cadenas largas (se polimerizaba), formaba un plástico duro llamado policarbonato, un material lo suficientemente transparente y sólido para remplazar el cristal y el acero. Poco después, se abrió paso hacia las industrias de los electrónicos, los equipos de seguridad, los automóviles y los contenedores de alimentos. Y, desde entonces, el BPA se usa en muchos productos comunes, desde recibos del supermercado hasta selladores dentales. Cada año se liberan más de 500.000 kilos de BPA en el ambiente.

Se ha demostrado que el BPA de los contenedores plásticos genera desequilibrios hormonales tanto en hombres como en mujeres, y en la actualidad se realizan estudios para determinar qué clase de daño puede infligie en las células microbianas. Aunque algunas investigaciones sugieren que hay ciertas bacterias intestinales capaces de degradar el BPA y hacerlo menos tóxico para los humanos, lo que me preocupa es que pueda fomentar la proliferación de dichas bacterias y provocar alteraciones y desequilibrios en la flora intestinal.

El BPA es solo una de las muchas sustancias químicas con las que convivimos. Es posible que esta desaparezca pronto de los productos comerciales gracias a las agresivas gestiones de los consumidores, pero hay miles de sustancias más que pueden ser igual de nocivas y siguen inundando nuestro medio ambiente.

Hay 2 sustáncias químicas dañinas que debemos evitar en la medida de lo posible, son "los pesticidas y el cloro".

LOS PESTICIDAS Y EL CLORO, se ha demostrado que tienen efectos perjudiciales en las bacterias intestinales. Para empezar, los pesticidas están diseñados para matar bichos, y son extremadamente tóxicos para las mitocondrias. Investigaciones recientes vinculan el uso de pesticidas comunes con cambios en el microbioma que a su vez derivan en problemas de salud, desde trastorno metabólico hasta enfermedades neurológicas.

Las sustancias químicas que se hallan en el agua, sobre todo el cloro residual, también pueden tener efectos destructivos para el microbioma. El cloro es bactericida y mata gran cantidad de patógenos microbianos transmitidos por el agua. Y es evidente que no queremos que haya microorganismos dañinos o mortales en nuestra agua. De hecho, si hay algo que muchos damos por sentado hoy día en nuestra sociedad es el acceso a agua limpia, y el cloro se lleva el crédito de poner fin a los brotes de enfermedades transmitidas por el agua en países desarrollados. Incluso la revista Life se refirió en una ocasión a la filtración del agua potable y el uso del cloro como "quizá el avance en materia de salud más significativo del milenio".

No obstante, el agua municipal tiende a recibir tratamientos excesivos, lo que conlleva mezclas químicas que son tóxicas para la flora intestinal.

Esto lo sabrá cualquiera que haya matado a sus peces por llenar la pecera con agua del grifo.