FUNCIONA EN AMBOS SENTIDOS

FUENTE: "Alimenta tu cerebro"

 Es importante tener en cuenta que, mientras estudiamos la relación entre el intestino y el cerebro, un concepto relativamente nuevo para la medicina, no podemos olvidar que este último (el cerebro) también es capaz de blandir su propia espada contra el intestino. Esto puede generar un circulo vicioso, en el que el estrés psicológico y la ansiedad aumenten la permeabilidad intestinal y cambien la complexidad de las bacterias intestinales, lo que derivaría en una mayor permeabilidad y en una inflamación más intensa.

En fechas recientes se han realizado muchas investigaciones enfocadas en el eje hipotalámico-hipofisiario-adrenal.

En términos generales, este eje estimula a las glándulas suprarrenales en momentos de estrés para producir cortisol.

El "cortisol" es la principal hormona del estrés, producida por las suprarrenales, que se ubican encima de los riñones, y nos ayudan en circunstancias en las que debemos luchar o huir; es decir, que es la respuesta fisiológica instintiva a una situación amenazante, la cual nos prepara para salir corriendo o para enfrentarnos a la amenaza. Pero nada en exceso es bueno: los niveles elevados de cortisol se correlacionan con diversos problemas de salud, incluidos depresión y Alzheimer.

Unos niveles altos de cortisol también tienen cierto efecto dañino en el intestino: altera la mezcla de bacterias y aumenta la permeabilidad del revestimiento al provocar la liberación de sustancias químicas celulares; múltiples estudios han demostrado que estas sustancias, incluido el TNF-α, atacan directamente el revestimiento intestinal. Asimismo, el cortisol fomenta la producción de sustancias químicas inflamatorias provenientes de las células del sistema inmunitario. Estas citocinas atizan la inflamación intestinal y provocan una mayor permeabilidad, al tiempo que estimulan al cerebro de forma directa y negativa, lo que hace que este sea más susceptible a los trastornos del estado de ánimo.

Con estas evidencias, no deja de maravillarme la idea de que sean las bacterias de mi intestino -y no de mi cerebro- quienes controlen mi reacción al estrés.