UN CASO REAL: JASON 1ª PARTE

FUENTE: "Alimenta tu cerebro"

LA HISTORIA DE JASON "relatado por el propio doctor David Perlmutter", neurólogo de los EEUU.

Permiteme detallar un caso que es emblemático respecto a lo que he observado en algunos de mis pacientes que padecen autismo. Aunque puede sonar descabellado, es un reflejo de lo que he empezado a experimentar con frecuencia en el consultorio, y sé que no soy el único. He hablado con colegas que ahora recomiendan protocolos de tratamiento similares a los que leerás aquí, que han tenido resultados sorprendentes. Al leer la historia de Jason, toma notas mentales sobre los acontecimientos que durante su vida puedan haber afectado su microbioma. Esto te preparará para identificar los detalles más sutiles de la conexión entre un intestino disfuncional y un cerebro igual de disfuncional.

EL PEQUEÑO JASON: de 12 años, llegó a mi consultorio de la mano de su madre, pues se le había diagnosticado un trastorno del espectro autista. Mi primera tarea fue conocer todo su historial médico hasta ese momento. Me enteré de que Jason había nacido por parto natural, pero que su madre había tomado una dosis diaria de antibióticos durante todo el tercer trimestre de gestación por "infecciones de vías urinarias persistentes". Poco después del nacimiento, él también empezó a tomar varios antibióticos para infecciones persistentes del oído. Su madre comentó que Jason tomó antibióticos durante gran parte del primer año de su vida. También me comentó que su hijo había sido un bebé que había padecido fuertes cólicos y que lloraba constantemente durante su primer mes de vida. Debido a las infecciones de oído crónicas, con el tiempo le colocaron drenajes, procedimiento que se le realizó 2 veces. Al cumplir los 2 años tras sufrir una diarrea crónica durante un tiempo, los médicos sospecharon que tal vez padecía celiaquía, lo cual nunca se confirmó. Para cuando cumplió los 4 años, Jason había tomado antibióticos para diversas infecciones, como una faringitis estreptocócica. Algunas de sus enfermedades eran tan graves que debían inyectarle los antibióticos.

Los padres de Jason empezaron a preocuparse por posibles problemas de desarrollo cuando el niño tenia entre 13 y 14 meses. Lo sometieron entonces a terapia física y ocupacional. Jason tuvo un retraso enorme en su capacidad para hablar; a los 3 años se comunicaba por señas, y apenas pronunciaba unas cuantas palabras.

Como era de esperar, sus padres lo llevaron a numerosos médicos a lo largo de los años y recopilaron gran cantidad de información. Le hicieron un registro de electroencefalogramas, resonancias magnéticas del cerebro y gran cantidad de análisis de sangre, ninguno de los cuales aportó ninguna información reveladora. Jason se obsesionaba con cosas, como encender y apagar las luces, y hacía movimientos repetitivos con las manos. Carecía de habilidades sociales y no interactuaba con los demás de forma significativa. Su madre también me comentó que, cuando Jason estaba en un ambiente en el que se sentía inseguro o que ponía en peligro su equilíbrio, se volvía ansioso e inquieto.

Al revisar el historial clínico de Jason, vi que había numerosas anotaciones a lo largo de los años por parte de sus médicos relacionadas no solo con las infecciones de garganta y oído que requerían antibióticos, sino también con problemas gastrointestinales. "Dolor de estómago", por ejemplo, aparecía como una razón frecuente de visita al médico, y en una ocasión fue a la consulta por "vómito violento".

Le hice a Jason un examen neurológico, que pasó con facilidad: tenía una buena coordinación, un equilibrio sólido y una capacidad normal para caminar y correr. No abstante, durante las pruebas parecía ansioso y se retorcía las manos de manera repetitiva. No podía permanecer sentado durante mucho tiempo, era incapaz de sostenerme la mirada mientras lo examinaba y tenía dificultades para completar una frase.

Cuando me senté con su madre para discutir con ella los resultados de las pruebas y para sugerirle un posible tratamiento, lo primero que hice fue confirmarle el diagnóstico de autismo, pero enseguida aborde la cuestión de cómo afrontar los distintos problemas de salud de Jason. Pasé un buen rato explicándole el impacto que había tenido en él el uso frecuente de antibióticos, tanto antes como después del nacimiento. Le describí el papel de las bacterias intestinales en el control de la inflamación y la regulación del funcionamiento cerebral, y le expuse la correlación recién descubierta por la ciencia entre autismo y el tipo de bacterias que se encuentran en el intestino. Aunque me abstuve de relacionar el autismo de Jason con una sola causa y aseguré a su madre que era probable que el trastorno fuese el resultado de una serie de factores tanto genéticos como ambientales, le dije que era fundamental que controláramos todas aquellas variables que pudiesen influir en la funcionalidad de su cerebro. Y, como imaginarás, eso incluía el estado del microbioma de Jason. A sabiendas de que investigaciones recientes, empiezan a mostrar patrones en la flora intestinal de individuos con autismo y de que el microbioma puede tener una fuerte influencia en el desarrollo neuroconductual, tenía un punto de partida para ofrecer soluciones, Nos centraríamos en el intestino de Jason.