LA RESTRICCIÓN CALÓRICA

OTRO FACTOR EPIGENÉTICO que activa el gen de la producción de BDNF es la restricción calórica.

Varios estudios han demostrado sin lugar a dudas que cuando los animales llevan una dieta reducida en calorías (con una reducción aproximada del 30%), la producción de BDNF en el cerebro se dispara y evidencia mejorías notables en la memoria y otras funciones cognitivas. No obstante, una cosa es leer estudios experimentales efectuados sobre ratas en un ambiente controlado, y otra muy distinta es hacer recomendaciones a las personas a partir de la investigación hecha en animales. Por fortuna, ahora contamos con amplios estudios realizados en humanos que demuestran el efecto poderoso que tiene la reducción calórica en la función cerebral, muchos de los cuales han sido publicados en las revistas más prestigiosas del mundo.

Por ejemplo, en enero de 2009, Proceedings of the National Academy of Science publicó un estudio en el cual investigadores alemanes comparaban dos grupos de individuos ancianos; uno de estos grupos redujo en un 30% su ingesta de calorías, mientras que el otro grupo tenía permitido comer lo que quisiera. A los científicos les interesaba ver si era posible medir cambios en el funcionamiento de la memoria de ambos grupos. Al concluir el estudio tres meses después, quienes podían comer sin restricciones experimentaron un deterioro leve pero muy definido de la memoria, mientras que en el grupo que llevaba una dieta reducida en calorías el funcionamiento de la memoria mejoró de forma sustancial. Puesto que es sabido que los tratamientos farmacéuticos para la salud cerebral son muy limitados, los autores concluyeron: "Estos hallazgos podrían ayudar a desarrollar nuevas estrategias de tratamiento y prevención para mantener la salud cognitiva en la vejez".

El Dr. Mark P. Mattson, del Instituto Nacional del Envejecimiento de Estados Unidos, aportó más evidencias que indican que la restricción calórica fortalece el cerebro y proporciona mayor resistencia a las enfermedades degenerativas:

Los datos epidemiológicos sugieren que los individuos con una ingesta calórica baja tienen menos riesgo de apoplajía y de trastornos neurodegenerativos. Existe una fuerte correlación entre el consumo de comida per cápita y el riesgo de sufrir Alzheimer o una apoplejía. Los datos provenientes de estudios de casos y controles de base poblacional mostraron que los individuos con menores ingestas calóricas diarias tenían menos riesgo de desarrollar Alzheimer y Parkinson.

Mattson se refería a un estudio longitudinal prospectivo de base poblacional realizado en familias nigerianas, entre las cuales había miembros que habían emigrado a Estados Unidos. Mucha gente cree que el Alzheimer es algo que te "ocasiona" el ADN, pero este estudio en particular contaba una historia distinta. En él se demostró que la incidencia de Alzheimer era mayor en los inmigrantes nigerianos que vivían en Estados Unidos que en sus familiares que permanecieron en el país africano. En términos genéticos, los negerianos que se afincaron en Estados Unidos eran iguales a sus parientes que se quedaron en Nigeria. Lo único que cambió fue el medio ambiente, y en particular su ingesta calórica. La investigación estudiaba los efectos dañinos que tiene un consumo calórico alto en la salud cerebral.

Si la idea de reducir tu ingesta calórica en un 30% te parece desalentadora, ten en cuenta lo siguiente: consumimos una media de 523 calorías más al día que en 1970.

La mayoría de la gente consideraría que una ingesta calórica "normal" rondaría las 2000 calorías al día para las mujeres y 2550 para los hombres (con requerimientos mayores dependiendo del nivel de actividad física o ejercicio). Reducir el consumo de calorías en un 30% de un promedio de 3770 al día (según datos proporcionados por la ONU para la Alimentación y la Agricultura, el estadounidense medio consume 3770 calorías al día) equivaldría a 2640 calorias totales.

El incremento de nuestro consumo calórico se debe en gran medida al azúcar. El estadounidense medio consume entre 45 y 70 kilos de azúcar refinado al año, lo cual refleja un incremento del 25% en las últimas tres décadas. Por lo tanto, si nos centráramos únicamente en disminuir la ingesta de azúcar sería suficiente para lograr una reducción significativa del consumo calórico, lo cual, evidentemente, nos ayudaría a perder peso. Sin duda, la obesidad, al igual que la elevación del azúcar en la sangre, se asocia con niveles reducidos de BDNF. Asimismo, el aumento de BDNF proporciona el beneficio agregado de reducir el apetito, lo cual es una doble ganancia.